Tuesday, July 30, 2019

EL LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS

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EL LIBRO DE URANTIA PARTE I PALABRAS DE JESUS
29. EL MANEJO DEL ESPOSO FURIOSO
30. EL SISTEMA HINDÚ DE CASTAS
31. EL TRATO A LAS CORTESANAS

“Mientras aguardaban en el embarcadero, esperando que el barco descargara, los viajeros observaron a un hombre que maltrataba a su mujer. Como era su costumbre, Jesús intervino en favor de la persona agredida. Se acercó a espaldas del iracundo marido, y tocándole suavemente el hombro dijo: «Amigo mío, ¿me permites que te hable en privado un instante?» El airado marido, desconcertado, tartamudeó después de un momento de titubeo: «¿Eh? ¿Por qué? Sí. ¿Qué quieres de mí?» Jesús le llevó aparte, diciéndole: «Amigo mío, percibo que te ocurrió algo grave; mucho deseo que me expliques qué pudo suceder para que un hombre fuerte como tú ataque así a su mujer, a la madre de sus hijos, aquí, a la vista de todo el mundo. Seguramente crees que hay una buena razón para este asalto. ¿Qué hizo esta mujer para merecer semejante trato de su marido? Te observo y creo discernir en tu rostro el amor por la justicia, si no el deseo de ser misericordioso. Me atrevo a decir que, si tú me encontraras a la vera del camino, a la merced de un grupo de asaltantes, no titubearías ni un instante, correrías a rescatarme. Me atrevería a decir incluso que has realizado muchas de estas acciones valientes en el curso de tu vida. Ahora bien, amigo mío, dime ¿qué pasa? ¿Es que tu mujer hizo algo malo, o es que tú perdiste la cabeza tontamente agrediéndola sin pensar?» No fue tanto lo que Jesús le dijo sino su bondadosa mirada y su compasiva sonrisa lo que conmovió el corazón de este hombre, el cual respondió: «Supongo que eres un sacerdote de los cínicos, y te agradezco que me hayas frenado. Mi mujer no ha cometido ningún gran mal; es una buena mujer, pero me irrita porque se la agarra conmigo en público, me saca de quicio. Lamento mi falta de autodominio y prometo tratar de cumplir mi promesa de antaño ante uno de tus hermanos, quien me enseñó la senda más alta hace ya muchos años. Te lo prometo.»
“Al decirle adiós continuó Jesús: «Hermano mío, recuerda siempre que el hombre no tiene ninguna autoridad legítima sobre la mujer a menos que ésta le haya concedido voluntariamente tal autoridad. Tu esposa se ha comprometido a recorrer contigo el trayecto de la vida, a ayudarte en las luchas, y a asumir el mayor peso en la crianza de tus hijos; a cambio de este servicio especial es justo que reciba de ti esa protección especial que el hombre puede dar a la mujer, a la compañera que concibe, da a luz y nutre a los hijos. La solicitud y la consideración que un hombre está dispuesto a conceder a su esposa y a sus hijos son la medida por la cual conoce el alcance de los niveles más altos de su autoconciencia espiritual y creativa. ¿No sabes acaso que los hombres y las mujeres son los socios de Dios, en el sentido de que cooperan para crear seres que crecen y que llegan también a poseer el potencial de un alma inmortal? El Padre celestial trata a la Madre Espíritu de los hijos del universo como su igual. Convivir tu vida y todo lo que en la vida está contenido, en términos de igualdad con la compañera y madre que tan plenamente comparte contigo esa experiencia divina de reproduciros en las vidas de vuestros hijos, es una acción casi divina. Si puedes amar a tus hijos como Dios te ama a ti, amarás y apreciarás a tu esposa como el Padre en el cielo honra y exalta al Espíritu Infinito, la madre de todos los hijos espirituales de un vasto universo».” (1470.2) 133:2.1
“Cierto día mientras descansaban a la hora del almuerzo, aproximadamente a mitad camino de Tarento, Ganid le preguntó a Jesús en forma directa qué opinaba sobre el sistema de castas de la India. Contestó Jesús: «Aunque los seres humanos difieren de muchas maneras unos de otros, ante Dios y en el mundo espiritual, todos los mortales están en igualdad de condiciones. Ante los ojos de Dios sólo existen dos grupos de mortales: los que desean hacer su voluntad y los que no lo desean. Al contemplar el universo un mundo habitado, del mismo modo discierne dos grandes clases: los que conocen a Dios y los que no lo conocen. Los que no pueden conocer a Dios se cuentan entre los animales de un reino dado. La humanidad se puede clasificar con propiedad en muchas clases conforme a diferentes calificaciones desde un punto de vista físico, mental, social, vocacional o moral, pero cuando estas diferentes clases de mortales comparecen ante el tribunal de Dios, lo hacen en igualdad de condiciones. Dios en verdad no tiene favoritos. Aunque no sea posible escapar al reconocimiento de las diversas capacidades y dotes humanas en asuntos intelectuales, sociales y morales, no deberías hacer tales distinciones dentro de la fraternidad espiritual de los hombres cuando se reúnen para adorar en la presencia de Dios».” (1468.3) 133:0.3
“Cuando estaban en Roma, había observado Ganid que Jesús se negaba a acompañarles a los baños públicos. Posteriormente, varias veces trató el joven de inducir a Jesús a que se expresara más ampliamente respecto a las relaciones de los sexos. Aunque contestaba él las preguntas del joven, no parecía nunca estar dispuesto a discutir exhaustivamente estos asuntos. Cierta tarde al pasear ellos en Corinto, allí donde la muralla de la ciudadela desciende hacia el mar, fueron abordados por dos mujeres de la vida. Ganid, empapado como estaba de la idea, por otra parte correcta, de que Jesús era hombre de altos ideales, que aborrecía todo lo que pudiera oler a impureza y saber a mal, se dirigió severamente a estas mujeres empujándolas con rudeza a que se alejaran. Al ver esto Jesús, le dijo a Ganid: «Tus intenciones son buenas, pero no debes tú tener la presunción de hablarles de este modo a las hijas de Dios, aunque sean ellas sus hijas descarriadas. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a estas mujeres? ¿Acaso conoces tú las circunstancias que las obligaron a ganarse la vida de esta manera? Deteneos aquí conmigo, hablemos de estas cosas». Al escuchar sus palabras, las cortesanas se quedaron aun más atónitas que Ganid mismo.
“Mientras allí permanecían, de pie a la luz de la luna, Jesús continuó: «En la mente de cada ser humano vive un espíritu divino, la dádiva del Padre celestial. Este buen espíritu lucha constantemente por conducirnos a Dios, por ayudarnos a encontrar a Dios y a conocer a Dios; pero en los mortales también hay muchas tendencias físicas naturales que el Creador puso allí para servir al bienestar del individuo y de la raza. Ahora bien, a veces los hombres y las mujeres, al esforzarse por comprenderse a sí mismos y por enfrentarse con las múltiples dificultades de ganarse la vida en un mundo tan dominado por el egoísmo y el pecado, llegan a confundirse. Percibo, Ganid, que estas dos mujeres no son por voluntad propia malas. Leo en sus ojos que han padecido muchas penas; que mucho han sufrido a manos de un destino aparentemente cruel; que no han elegido intencionalmente este tipo de vida; en su desaliento, su desesperación casi, se han rendido a la presión del momento y han aceptado esta manera desagradable de ganarse la vida, considerándola la mejor forma de escapar de una situación que les parecía sin esperanzas. Ganid, hay gente verdaderamente mala de corazón; ellos deliberadamente eligen hacer lo que es protervo, pero, dime, al contemplar tú estos rostros, ahora bañados de lágrimas, ¿ves en ellos algo malo, protervo?» Y al interrumpirse Jesús para que el joven contestara, tartamudeó Ganid, con la voz ahogada de emoción: «No, Maestro, no veo nada de eso. Lamento mi rudeza. Imploro su perdón». Dijo entonces Jesús: «Te digo en nombre de ellas que te han perdonado, así como les digo a ellas en nombre de mi Padre que está en el cielo que él las ha perdonado. Ahora venid conmigo todos vosotros a la casa de un amigo mío donde tomaremos un refrigerio y haremos planes para una vida nueva y mejor en el futuro.» Hasta este momento las atónitas mujeres no habían proferido ni una sola palabra; se miraron entre sí y siguieron a los hombres en silencio.
“Imagínense la sorpresa de la mujer de Justo cuando a estas altas horas de la noche, apareció Jesús con Ganid y estas dos mujeres extrañas, diciendo: «Nos perdonarás por venir a esta hora, pero Ganid y yo deseamos comer alguna cosa, y quisiéramos compartirla con estas nuevas amigas, que también necesitan alimento; además, venimos a ti porque pensamos que te interesaría consultar con nosotros sobre la mejor manera de ayudar a estas mujeres a que comiencen una nueva vida. Ellas podrán con-tar su historia, pero yo supongo que han sufrido muchas penas, y su presencia misma en tu casa atestigua su profundo y sincero anhelo de conocer a gente buena, y cuán voluntariosamente desean la oportunidad de mostrarle a todo el mundo —hasta a los ángeles en el cielo— cuán nobles y valientes pueden llegar a ser».
“Cuando Marta, la esposa de Justo, hubo servido la comida en la mesa, Jesús, despidiéndose inesperadamente, dijo: «Como se hace tarde y el padre del joven está aguardándonos, rogamos nos disculpen mientras aquí juntas os dejamos —las tres mujeres— las amadas hijas del Altísimo. Yo oraré por vuestra orientación espiritual mientras hacéis planes para una vida nueva y mejor en la tierra y una vida eterna en el gran más allá».
“De este modo se despidieron Jesús y Ganid de las mujeres. Hasta este momento las dos cortesanas no habían dicho nada; mudo quedó también Ganid. Y también quedó Marta muda un instante, pero se recobró rápidamente, haciendo por estas extraños todo lo que Jesús había esperado que ella hiciera. La mayor de estas dos mujeres murió poco tiempo después, consolada por la esperanza de la vida eterna; la más joven consiguió trabajo en el negocio de Justo y más tarde se asoció de por vida a la primera iglesia cristiana de Corinto.” (1472.5) 133:3.6

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