Thursday, August 15, 2019

EL LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS

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EL LIBRO DE URANTIA PARTE I PALABRAS DE JESUS
120. EN CASA DE JOSÉ
121. EL PASEO CON LOS DOS HERMANOS

“La quinta manifestación morontial de Jesús ante ojos mortales ocurrió en presencia de unas veinticinco mujeres creyentes reunidas en la casa de José de Arimatea, aproximadamente quince minutos después de las cuatro de este mismo domingo por la tarde. María Magdalena había vuelto de la casa de José unos pocos minutos antes de esta aparición. Santiago, el hermano de Jesús, había solicitado que nada se dijera a los apóstoles sobre la aparición del Maestro en Betania. No le había pedido a María que no informara a sus hermanas creyentes de este hecho. Por lo tanto, una vez que María hizo prometer a todas las mujeres que mantendrían el secreto, procedió a relatar lo que tan recientemente había sucedido mientras ella estaba con la familia de Jesús en Betania. Estaban precisamente en el medio de este relato apasionante, cuando cayó sobre ellas un silencio súbito y solemne; contemplaron entonces en su medio, la forma enteramente visible del Jesús resucitado. Él las saludó diciendo: «Que la paz sea con vosotras. En la comunidad del reino no habrá judíos ni gentiles, ricos ni pobres, libres ni esclavos, hombres ni mujeres. También sois llamadas a difundir la buena nueva de la liberación de la humanidad mediante el evangelio de la filiación con Dios en el reino del cielo. Id a todo el mundo proclamando este evangelio y confirmando a los creyentes en la fe del mismo. Mientras hacéis esto, no olvidéis ministrar a los enfermos y fortalecer a los que son de corazón débil y que se dejan dominar por el temor. Y estaré con vosotras siempre, aun hasta los confines de la tierra». Y cuando hubo hablado así, desapareció de su vista, mientras las mujeres caían de bruces y adoraban en silencio....
“Alrededor de las cuatro y media, en la casa de un tal Flavio, el Maestro hizo su sexta aparición morontial a unos cuarenta creyentes griegos allí reunidos. Mientras estaban ellos discutiendo los informes sobre la resurrección del Maestro, él se manifestó en su medio, a pesar de que las puertas estaban cerradas con seguro, y les habló diciendo: «Que la paz sea con vosotros. Aunque el Hijo del Hombre apareció en la tierra entre los judíos, él vino para ministrar a todos los hombres. En el reino de mi Padre no habrá ni judíos ni gentiles; seréis todos hermanos —los hijos de Dios. Id pues al mundo, proclamando este evangelio de salvación, así como lo habéis recibido de los embajadores del reino, y yo os recibiré en la comunión de la hermandad de los hijos de la fe y de la verdad del Padre». Cuando así les habló, se despidió, y no le volvieron a ver.” (2033.1) 190:3.1
“En Emaús, a unos once kilómetros al oeste de Jerusalén, vivían dos hermanos, pastores, que habían pasado la semana de Pascua en Jerusalén asistiendo a los sacrificios, ceremonias y festividades. Cleofas, el mayor, era un creyente a medias de Jesús; por lo menos había sido expulsado de la sinagoga. Su hermano, Jacobo, no era creyente, aunque estaba muy perplejo por lo que había oído sobre las enseñanzas y obras del Maestro.
“Este domingo por la tarde, a unos cinco kilómetros fuera de Jerusalén y pocos minutos antes de las cinco, al caminar estos dos hermanos por la carretera a Emaús, conversaban muy ensimismados sobre Jesús, sus enseñanzas, sus obras, y más específicamente de los rumores de que su tumba estaba vacía, y que ciertas mujeres habían hablado con él. Cleofas estaba casi decidido a creer en estos informes, pero Jacobo insistía en que se trataba probablemente de un engaño. Mientras así discutían y debatían camino a su casa, la manifestación morontial de Jesús, su séptima aparición, apareció caminando a su lado. Cleofas había escuchado muchas veces las enseñanzas de Jesús y había comido con él en las casas de los creyentes de Jerusalén en varias ocasiones, pero no reconoció al Maestro aun cuando éste le habló libremente.
“Después de caminar un corto camino con ellos, Jesús dijo: «¿Cuáles son las palabras que estabais intercambiando con tanta intensidad al acercarme yo?» Cuando Jesús hubo hablado, se detuvieron y le miraron con triste sorpresa. Dijo Cleofas: «¿Es posible que tú vivas en Jerusalén y no sepas de las cosas que han ocurrido recientemente?» Entonces preguntó el Maestro: «¿Qué cosas?» Cleofas replicó: «Si tú no sabes de estos asuntos, eres el único en Jerusalén que no ha oído estos rumores sobre Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso de palabra y de hecho ante Dios y todo el pueblo. Los altos sacerdotes y nuestros líderes lo entregaron a los romanos y demandaron que se le crucificara. Ahora pues, muchos de nosotros teníamos la esperanza de que él fuera el que liberaría a Israel del yugo de los gentiles. Pero eso no es todo. Hoy es el tercer día desde que fue crucificado, y unas mujeres este día nos asombraron declarando que muy temprano esta mañana fueron a su tumba y la encontraron vacía. Y estas mismas mujeres insisten que ellas han hablado con este hombre; sostienen que ha resucitado de entre los muertos. Cuando las mujeres informaron de esto a los hombres, dos de sus apóstoles corrieron a la tumba y del mismo modo la encontraron vacía», y aquí Jacobo interrumpió a su hermano para decir: «Pero no vieron a Jesús».
“Mientras seguían caminando, Jesús les dijo: «¡Cuán lentos sois en comprender la verdad! Cuando me decís que estáis discutiendo las enseñanzas y las obras de este hombre, tal vez yo os pueda esclarecer, puesto que estoy más que familiarizado con estas enseñanzas. ¿Acaso no recordáis que este Jesús siempre enseñó que su reino no era de este mundo, y que todos los hombres, siendo hijos de Dios, debían encontrar la libertad y la emancipación en el regocijo espiritual de ser miembros de la hermandad del servicio amante en este nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial? ¿Acaso no recordáis cómo este Hijo del Hombre proclamó la salvación de Dios para todos los hombres, ministrando a los enfermos y afligidos y liberando a los que estaban encadenados por el temor y esclavisados por el mal? ¿Acaso no sabéis que este hombre de Nazaret dijo a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, ser entregado a sus enemigos, quienes lo pondrían a muerte, y que luego resucitaría al tercer día? ¿Acaso no habéis escuchado esto? ¿Y no habéis leído nunca en las Escrituras sobre este día de salvación de judíos y gentiles, donde dice que en él todas las familias de la tierra serán benditas; que él oirá el llanto de los necesitados y salvará el alma de los pobres que lo busquen; que todas las naciones lo llamarán bendito? Que ese Libertador será como la sombra de una gran roca sobre una tierra cansada. Que alimentará al rebaño como un buen pastor, juntando a las ovejas en sus brazos y llevándolas tiernamente en su regazo. Que abrirá los ojos de los que son ciegos espiritualmente y que traerá a los prisioneros de la desesperación a la plena libertad y luz; que todos los que están sentados en las tinieblas, verán la gran luz de la salvación eterna. Que él vendará a los quebrantados de corazón, publicará libertad a los cautivos del pecado, y abrirá la prisión de los que están esclavizados por el temor y encadenados por el mal. Que confortará a los que están de luto y les otorgará el regocijo de la salvación en lugar de la pena y de la pesadumbre. Que será el deseo de todas las naciones y la felicidad eterna de los que buscan la rectitud. Que este hijo de la verdad y de la rectitud se elevará en el mundo con luz curativa y poder salvador; incluso que salvará a su pueblo de sus pecados; que realmente buscará y salvará a los que se han descarriado. Que no destruirá a los débiles sino que ministrará salvación a todos los que tienen hambre y sed de rectitud. Que los que crean en él tendrán vida eterna. Que él derramará su espíritu sobre toda la carne, y que este Espíritu de la Verdad será en cada creyente un manantial de agua, que llegará hasta la vida eterna. ¿Acaso no comprendisteis cuán grande era el evangelio del reino que os entregó este hombre? ¿No percibís acaso cuán grande es la salvación que os ha llegado?»
“A estas alturas, habían llegado cerca de la aldea donde vivían los dos hermanos. Los dos hombres no habían hablado palabra alguna desde que Jesús empezó a enseñarles mientras caminaban por el camino. Pronto llegaron frente a su humilde morada, y Jesús estaba a punto de despedirse de ellos, para proseguir su camino, pero lo instaron a que entrara y morara con ellos. Insistieron que era casi de noche y que se quedara con ellos. Finalmente Jesús consistió, y muy poco después entraron en la casa, y se sentaron a comer. Le dieron el pan para que lo bendijera, y al empezar él a romperlo para compartirlo con ellos, se les abrieron los ojos y Cleofas reconoció que su huésped era el Maestro mismo. Y cuando dijo, «es el Maestro—», el Jesús morontial desapareció de su vista.
“Entonces se dijeron uno al otro: «¡Con razón nuestro corazón nos ardía en el pecho mientras él nos hablaba al caminar por la carretera. Y mientras abría para nosotros la puerta de la comprensión de las enseñanzas de las Escrituras!
“No comieron. Habían visto al Maestro morontial, y salieron corriendo de la casa, dándose prisa en dirección a Jerusalén para difundir la buena nueva del Salvador resucitado.” (2034.2) 190:5.1 (Lucas 24:13-35)

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