LIBRO DE URANTIA PARTE II LOS MILAGROS DE JESUS
3. LA SUEGRA DE PEDRO
4. LA CURACIÓN AL ATARDECER
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm
C. MOMENTO: Fue más tarde de ese mismo sábado en el que se curó supuestamente el joven epiléptico. La suegra de Pedro estaba enferma de malaria y se dijo que Jesús la había curado. La cura real ocurrió esa misma noche, junto con el joven epiléptico y muchos otros.
E. EL MILAGRO: Muchas veces, el cambio natural a mejor en una enfermedad se interpretó como un milagro. Este caso se incluye entre los milagros porque ella se curó realmente de la malaria la noche de ese mismo día.
A. AÑO: 28 d.C.
B. LUGAR: Cafarnaúm—el patio delantero de la casa de Zebedeo en Betsaida
C. MOMENTO: Además de la gran reputación de Jesús como sanador, durante esa tarde se habían extendido ampliamente los rumores de la cura del joven epiléptico y de la suegra de pedro, de modo que al caer el sol comenzaron a aparecer grandes cantidades de enfermos y afligidos en el patio delantero de la casa donde residía Jesús.
E. EL MILAGRO: “Cuando el Maestro salió de la puerta de entrada de la casa de Zebedeo, sus ojos se encontraron con una gran masa de humanidad enferma y afligida. Contempló casi mil seres humanos enfermos y sufrientes; por lo menos, ésa era la multitud congregada delante de él. No todos los presentes estaban afligidos; algunos traían a sus seres queridos para que se sanaran.
“El espectáculo de estos mortales afligidos, hombres, mujeres y niños sumidos en el sufrimiento, debido en gran parte a los errores y malas obras de sus propios Hijos confiados, de la administración del universo, conmovió profundamente el corazón humano de Jesús y puso a prueba la misericordia divina de este benévolo Hijo Creador. Pero Jesús bien sabía que no era posible construir un movimiento espiritual duradero sobre los cimientos de milagros puramente materiales. Se había abstenido constantemente de exhibir sus prerrogativas de creador de acuerdo con su política fijada. Desde el episodio de Caná no había habido ningún acontecimiento sobrenatural ni milagroso durante su enseñanza; sin embargo, esta multitud afligida conmovió profundamente su corazón compasivo y apeló fuertemente a su compasivo cariño.
“Una voz en el frente del patio exclamó: «Maestro, di la palabra, devuélvenos la salud, cúranos de nuestras enfermedades y salva nuestras almas». Ni bien fueron pronunciadas estas palabras, cuando un vasto séquito de serafines, controladores físicos, Portadores de Vida y seres intermedios, siempre presente junto a este Creador encarnado de un universo, se preparó para actuar con poder creativo en el caso de que diera una señal su Soberano. Fue éste uno de esos momentos de la carrera terrestre de Jesús en los que la sabiduría divina y la compasión humana se entrelazaron de tal modo en el juicio del Hijo del Hombre, que éste buscó refugio en apelar a la voluntad de su Padre.
“Cuando Pedro imploró al Maestro que escuchara el llanto de desamparo de la multitud, Jesús, bajando la mirada sobre esa masa de aflicción, contestó: «He venido al mundo para revelar al Padre y establecer su reino. Para este propósito he vivido mi vida hasta este momento. Si, por lo tanto, fuera voluntad de Aquel que me envió y no estuviera en desacuerdo con mi dedicación a la proclamación del evangelio del reino del cielo, desearía ver a mis hijos sanados— y...» pero las palabras siguientes de Jesús se perdieron en el tumulto.
“Jesús había pasado la responsabilidad de esta decisión de curación al fallo de su Padre. Evidentemente la voluntad del Padre no puso objeción alguna, porque ni bien pronunció el Maestro estas palabras, el séquito de personalidades celestiales que servía bajo el mando del Ajustador de Pensamiento Personalizado de Jesús entró en poderosa actividad. El vasto séquito descendió en el medio de esta multitud abigarrada de mortales afligidos, y en un instante de tiempo 683 hombres, mujeres y niños fueron sanados, perfectamente curados de todas sus enfermedades físicas y de otros trastornos materiales. Un espectáculo semejante no se había visto en la tierra nunca antes de este día, ni tampoco después. Y para todos nosotros que estuvimos presentes, el contemplar esta oleada creadora de curaciones fue en verdad un espectáculo estremecedor.
“Pero entre todos los seres sorprendidos por esta explosión repentina e inesperada de curaciones sobrenaturales, Jesús era el que más sorprendido estaba. En un momento, cuando su interés y compasión humanos convergían en el espectáculo de sufrimiento y aflicción desplegado ante sus ojos, descuidó en su mente humana las advertencias admonitorias de su Ajustador Personalizado sobre la imposibilidad de limitar el elemento temporal de las prerrogativas creadoras de un Hijo Creador bajo ciertas condiciones y en ciertas circunstancias. Jesús deseaba ver sanados a estos mortales sufrientes, siempre y cuando ello no violara la voluntad de su Padre. El Ajustador Personalizado de Jesús falló instantáneamente que dicho acto de energía creadora en ese momento no transgrediría la voluntad del Padre del Paraíso, y por esa decisión —en vista de la expresión del deseo de sanar que la había precedido— el acto creador se hizo realidad. Lo que un Hijo Creador desea y lo que es voluntad del Padre, SE HACE REALIDAD. Durante el resto de la vida de Jesús en la tierra no volvió a darse ningún otro episodio de curaciones físicas en masa.”
F. MOTIVACIÓN:
- Muchas características de este episodio de curación al atardecer son muy parecidas a las del supuesto milagro del agua y el vino.
- En este caso, hubo más participación consciente por parte de Jesús que en la de Caná. Su corazón se conmovía siempre ante el sufrimiento humano.
- En este caso, un Hijo Creador expresó un deseo que el Ajustador Personalizado determinó que no contravenía la voluntad del Padre—y se hizo realidad.
- Solo un pequeño número de los que se curaron se beneficiaron espiritualmente de su experiencia.
- Esta curación al atardecer extendió la fama de Jesús por todas partes, tanto que decidió que a la mañana siguiente, en gran medida contra el deseo de sus apóstoles, abandonarían Cafarnaúm.
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