EL LIBRO DE URANTIA PARTE I PALABRAS DE JESUS
105. EL SABBAT EN BETANIA
106. ACERCÁNDOSE A JERUSALÉN
107. LA VISITA AL TEMPLO
“Los peregrinos que provenían de fuera de Judea, así como también las autoridades judías, se preguntaban: «¿Qué pensáis? ¿Vendrá Jesús a las festividades?» Por lo tanto, cuando el pueblo oyó que Jesús estaba en Betania, se alegraron, pero los altos sacerdotes y los fariseos estaban un tanto perplejos. Se alegraban de tenerlo bajo su jurisdicción, pero estaban un tanto desconcertados por su audacia; recordaban que en su previa visita a Betania, resucitó a Lázaro del mundo de los muertos, y Lázaro se estaba volviendo un problema serio para los enemigos de Jesús.
“Seis días antes de la Pascua, al atardecer después del sábado, todo el pueblo de Betania y Betfagé se reunió para celebrar la llegada de Jesús con un banquete público en la casa de Simón. Esta cena era en honor tanto de Jesús como de Lázaro; se la celebró en desafío del sanedrín. Marta dirigía a los que servían la comida; su hermana María estaba entre las mujeres espectadoras puesto que no era costumbre de los judíos que las mujeres se sentaran en los banquetes públicos. También estaban presentes los agentes del sanedrín, pero temían apresar a Jesús en medio de sus amigos.
“Jesús conversó con Simón sobre el antiguo Josué, cuyo nombre él mismo llevaba, y recitó la historia de cómo habían venido Josué y los israelitas a Jerusalén a través de Jericó. Al comentar sobre la leyenda de los muros de Jericó que se derrumbaron, Jesús dijo: «No me preocupan los muros de ladrillos y piedras; pero quisiera derrocar los muros del prejuicio, la mojigatería, y el odio que se alzan frente a esta predicación del amor del Padre por todos los hombres».
“El banquete prosiguió en forma alegre y normal excepto que todos los apóstoles estaban insólitamente taciturnos. Jesús estaba excepcionalmente alegre y jugó con los niños hasta el momento de sentarse a la mesa.
“No pasó nada fuera de lo ordinario hasta cerca del cierre del festín, cuando María, la hermana de Lázaro, se separó del grupo de mujeres espectadoras, adelantándose adonde Jesús estaba reclinado en el sitio de honor, abrió una gran vasija de alabastro que contenía un ungüento muy raro y costoso. Después de ungir la cabeza del Maestro, empezó a aplicar el ungüento sobre los pies de Jesús soltándose luego el cabello y secándole los pies con su cabello. El olor del ungüento impregnó todo el edificio, y todos los presentes se sorprendieron de lo que María había hecho. Lázaro no dijo nada, pero al comenzar a murmurar algunos de los presentes manifestando indignación de que un ungüento tan caro se usara de esa manera, Judas Iscariote se dirigió adonde Andrés estaba reclinado y dijo: «¿Por qué no se vendió este ungüento y el dinero no se donó para alimentar a los pobres?» Debes hablar con el Maestro, para que él censure este derroche».
“Jesús, sabiendo lo que ellos pensaban y oyendo lo que decían, apoyó la mano sobre la cabeza de María que estaba arrodillada a su lado, y con una expresión compasiva en su rostro, dijo: «Dejadla, cada uno de vosotros. ¿Por qué queréis molestarla, cuando veis que ella ha hecho una buena cosa en su corazón? A vosotros, los que murmuráis y decís que este ungüento se ha debido vender y el dinero donar a los pobres, yo os digo que los pobres estarán siempre con vosotros, y podréis ministrarles en cualquier momento que os parezca apropiado, pero yo no siempre estaré con vosotros; pronto iré a mi Padre. Esta mujer viene guardando este ungüento desde hace mucho tiempo, para ungir mi cuerpo en su entierro; si ahora le parece bien ungirme, en anticipación de mi muerte, esa satisfacción no le será negada. Con esta acción María os censura a todos vosotros porque ella manifiesta así su fe en lo que yo he dicho sobre mi muerte y ascensión a mi Padre en el cielo. Esta mujer no será censurada por lo que ha hecho esta noche, más bien yo os digo que en todas las eras por venir, dondequiera que se predique este evangelio en el mundo entero, se relatará lo que ella ha hecho en su memoria».” (1878.4) 172:1.1 (Juan 11:55-12:11)
“Jesús se mostró alegre y despreocupado hasta que llegaron a la cumbre del Oliveto, donde se abría la vista panorámica de la ciudad con las torres del templo; allí el Maestro detuvo la procesión y un gran silencio cayó sobre todos mientras lo contemplaban llorar. Bajando los ojos a la vasta multitud que venía de la ciudad para recibirlo, el Maestro, con mucha emoción y con la voz entrecortada dijo: «¿Oh Jerusalén, si tan sólo hubieras conocido, aun tú, por lo menos en este, tu día, las cosas que pertenecen a tu paz, que podrías haber tenido tan libremente! Pero ya están para ocultarse de tus ojos estas glorias. Estás por rechazar al Hijo de la Paz y volver la espalda al evangelio de la salvación. Pronto llegarán los días en que tus enemigos abrirán trincheras alrededor de ti, y serás sitiada por doquier; te destruirán completamente, pues no quedará piedra sobre piedra. Y todo esto caerá sobre ti porque no supiste reconocer el momento de tu visitación divina. Estás por rechazar el don de Dios, y todos los hombres te rechazarán a ti».
“Cuando terminó de hablar, comenzaron el descenso del Oliveto y finalmente se reunieron con la multitud de visitantes que venía de Jerusalén con ramas de palma, gritando hosannas, y de otras maneras expresando regocijo y sentimientos de comunidad. El Maestro no había planeado que estas multitudes salieran de Jerusalén a su encuentro, ésa fue obra de otros. El nunca premeditaba nada que fuera de efecto dramático.
“Juntamente con la multitud que salió para recibir al Maestro, también había muchos fariseos y otros enemigos de él. Tan perturbados estaban por esta explosión repentina e inesperada de aclamación popular que temieron arrestarlo, por no precipitar actos abiertos de revuelta de la plebe. Mucho temían la actitud de los grandes números de visitantes que tanto habían oído hablar de Jesús, y que, muchos de ellos, creían en él.
“A medida que se acercaban a Jerusalén, la multitud se volvió más expresiva, tanto que algunos de los fariseos se abrieron paso hasta donde estaba Jesús y dijeron: «Instructor, debes censurar a tus discípulos y exhortarlos a que su conducta sea más digna». Jesús respondió: «Es justo que estos niños le den la bienvenida al Hijo de la Paz, a quien han rechazado los altos sacerdotes. Sería inútil pararlos no sea que estas piedras junto al camino griten quejándose».
“Los fariseos se adelantaron de prisa a la cabeza de la procesión para volver al sanedrín, que estaba en sesión en ese momento en el templo, e informaron a sus asociados: «He aquí que todo lo que hacemos es en vano; estamos confundidos por este galileo. La gente se vuelve loca por él, si no paramos a estos ignorantes, todo el mundo le seguirá».” (1882.3) 172:3.10 (Mat 21:1-11; Mar 11:1-11; Lucas 19:29-44; Juan 12:12-19)
“Mientras los gemelos Alfeo devolvían el asno a su dueño, Jesús y los diez apóstoles se separaron de sus asociados inmediatos y anduvieron caminando por el templo, observando las preparaciones para la Pascua. No hubo intento alguno de molestar a Jesús, puesto que el sanedrín mucho temía al pueblo, y ésa era, después de todo, una de las razones por las cuales Jesús había permitido que la multitud lo aclamara de esa manera. Los apóstoles no comprendían que era éste el único procedimiento humano que podía resultar eficaz en prevenir el inmediato arresto de Jesús a su entrada a la ciudad. El Maestro deseaba dar a los habitantes de Jerusalén, poderosos y humildes, así como también a las decenas de miles de visitantes de la Pascua, una oportunidad más, la última, de escuchar el evangelio y recibir, si lo quisieran, al Hijo de la Paz.
“Ahora pues, mientras progresaba la tarde y las multitudes se iban en busca de alimentos, Jesús y sus seguidores inmediatos quedaron solos. ¡Qué día tan extraño había sido! Los apóstoles estaban pensativos, pero enmudecidos. Nunca, en todos los años de asociación con Jesús, habían ellos visto un día como éste. Por un momento se sentaron junto al tesoro, observando a la gente que entregaba sus contribuciones: los ricos echaban mucha cantidad en el arca de las ofrendas y todos daban algo de acuerdo con sus posibilidades. Finalmente llegó una pobre viuda, vestida pobremente, y observaron que ella echó dos blancas (monedas pequeñas de cobre) en el arca. Dijo Jesús, llamando la atención de los apóstoles sobre la viuda: «Prestad atención a lo que acabáis de ver. Esta pobre viuda echó más que todos los demás, porque todos los demás de lo que les sobraba, echaron una pequeña parte como don, pero esta pobre mujer, aunque esté necesitada, dio todo lo que tenía, aun su sustento».” (1883.3) 172:4.1 (Mar 12:41-44)
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