LIBRO DE URANTIA PARTE I PALABRAS DE JESUS
29. EL MANEJO DEL ESPOSO FURIOSO
“Mientras aguardaban en el embarcadero, esperando que el barco descargara, los viajeros observaron a un hombre que maltrataba a su mujer. Como era su costumbre, Jesús intervino en favor de la persona agredida. Se acercó a espaldas del iracundo marido, y tocándole suavemente el hombro dijo: «Amigo mío, ¿me permites que te hable en privado un instante?» El airado marido, desconcertado, tartamudeó después de un momento de titubeo: «¿Eh? ¿Por qué? Sí. ¿Qué quieres de mí?» Jesús le llevó aparte, diciéndole: «Amigo mío, percibo que te ocurrió algo grave; mucho deseo que me expliques qué pudo suceder para que un hombre fuerte como tú ataque así a su mujer, a la madre de sus hijos, aquí, a la vista de todo el mundo. Seguramente crees que hay una buena razón para este asalto. ¿Qué hizo esta mujer para merecer semejante trato de su marido? Te observo y creo discernir en tu rostro el amor por la justicia, si no el deseo de ser misericordioso. Me atrevo a decir que, si tú me encontraras a la vera del camino, a la merced de un grupo de asaltantes, no titubearías ni un instante, correrías a rescatarme. Me atrevería a decir incluso que has realizado muchas de estas acciones valientes en el curso de tu vida. Ahora bien, amigo mío, dime ¿qué pasa? ¿Es que tu mujer hizo algo malo, o es que tú perdiste la cabeza tontamente agrediéndola sin pensar?» No fue tanto lo que Jesús le dijo sino su bondadosa mirada y su compasiva sonrisa lo que conmovió el corazón de este hombre, el cual respondió: «Supongo que eres un sacerdote de los cínicos, y te agradezco que me hayas frenado. Mi mujer no ha cometido ningún gran mal; es una buena mujer, pero me irrita porque se la agarra conmigo en público, me saca de quicio. Lamento mi falta de autodominio y prometo tratar de cumplir mi promesa de antaño ante uno de tus hermanos, quien me enseñó la senda más alta hace ya muchos años. Te lo prometo.»
“Al decirle adiós continuó Jesús: «Hermano mío, recuerda siempre que el hombre no tiene ninguna autoridad legítima sobre la mujer a menos que ésta le haya concedido voluntariamente tal autoridad. Tu esposa se ha comprometido a recorrer contigo el trayecto de la vida, a ayudarte en las luchas, y a asumir el mayor peso en la crianza de tus hijos; a cambio de este servicio especial es justo que reciba de ti esa protección especial que el hombre puede dar a la mujer, a la compañera que concibe, da a luz y nutre a los hijos. La solicitud y la consideración que un hombre está dispuesto a conceder a su esposa y a sus hijos son la medida por la cual conoce el alcance de los niveles más altos de su autoconciencia espiritual y creativa. ¿No sabes acaso que los hombres y las mujeres son los socios de Dios, en el sentido de que cooperan para crear seres que crecen y que llegan también a poseer el potencial de un alma inmortal? El Padre celestial trata a la Madre Espíritu de los hijos del universo como su igual. Convivir tu vida y todo lo que en la vida está contenido, en términos de igualdad con la compañera y madre que tan plenamente comparte contigo esa experiencia divina de reproduciros en las vidas de vuestros hijos, es una acción casi divina. Si puedes amar a tus hijos como Dios te ama a ti, amarás y apreciarás a tu esposa como el Padre en el cielo honra y exalta al Espíritu Infinito, la madre de todos los hijos espirituales de un vasto universo».” (1470.2) 133:2.1
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