LIBRO DE URANTIA PARTE I PALABRAS DE JESUS
31. EL TRATO A LAS CORTESANAS
“Cuando estaban en Roma, había observado Ganid que Jesús se negaba a acompañarles a los baños públicos. Posteriormente, varias veces trató el joven de inducir a Jesús a que se expresara más ampliamente respecto a las relaciones de los sexos. Aunque contestaba él las preguntas del joven, no parecía nunca estar dispuesto a discutir exhaustivamente estos asuntos. Cierta tarde al pasear ellos en Corinto, allí donde la muralla de la ciudadela desciende hacia el mar, fueron abordados por dos mujeres de la vida. Ganid, empapado como estaba de la idea, por otra parte correcta, de que Jesús era hombre de altos ideales, que aborrecía todo lo que pudiera oler a impureza y saber a mal, se dirigió severamente a estas mujeres empujándolas con rudeza a que se alejaran. Al ver esto Jesús, le dijo a Ganid: «Tus intenciones son buenas, pero no debes tú tener la presunción de hablarles de este modo a las hijas de Dios, aunque sean ellas sus hijas descarriadas. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a estas mujeres? ¿Acaso conoces tú las circunstancias que las obligaron a ganarse la vida de esta manera? Deteneos aquí conmigo, hablemos de estas cosas». Al escuchar sus palabras, las cortesanas se quedaron aun más atónitas que Ganid mismo.
“Mientras allí permanecían, de pie a la luz de la luna, Jesús continuó: «En la mente de cada ser humano vive un espíritu divino, la dádiva del Padre celestial. Este buen espíritu lucha constantemente por conducirnos a Dios, por ayudarnos a encontrar a Dios y a conocer a Dios; pero en los mortales también hay muchas tendencias físicas naturales que el Creador puso allí para servir al bienestar del individuo y de la raza. Ahora bien, a veces los hombres y las mujeres, al esforzarse por comprenderse a sí mismos y por enfrentarse con las múltiples dificultades de ganarse la vida en un mundo tan dominado por el egoísmo y el pecado, llegan a confundirse. Percibo, Ganid, que estas dos mujeres no son por voluntad propia malas. Leo en sus ojos que han padecido muchas penas; que mucho han sufrido a manos de un destino aparentemente cruel; que no han elegido intencionalmente este tipo de vida; en su desaliento, su desesperación casi, se han rendido a la presión del momento y han aceptado esta manera desagradable de ganarse la vida, considerándola la mejor forma de escapar de una situación que les parecía sin esperanzas. Ganid, hay gente verdaderamente mala de corazón; ellos deliberadamente eligen hacer lo que es protervo, pero, dime, al contemplar tú estos rostros, ahora bañados de lágrimas, ¿ves en ellos algo malo, protervo?» Y al interrumpirse Jesús para que el joven contestara, tartamudeó Ganid, con la voz ahogada de emoción: «No, Maestro, no veo nada de eso. Lamento mi rudeza. Imploro su perdón». Dijo entonces Jesús: «Te digo en nombre de ellas que te han perdonado, así como les digo a ellas en nombre de mi Padre que está en el cielo que él las ha perdonado. Ahora venid conmigo todos vosotros a la casa de un amigo mío donde tomaremos un refrigerio y haremos planes para una vida nueva y mejor en el futuro.» Hasta este momento las atónitas mujeres no habían proferido ni una sola palabra; se miraron entre sí y siguieron a los hombres en silencio.
“Imagínense la sorpresa de la mujer de Justo cuando a estas altas horas de la noche, apareció Jesús con Ganid y estas dos mujeres extrañas, diciendo: «Nos perdonarás por venir a esta hora, pero Ganid y yo deseamos comer alguna cosa, y quisiéramos compartirla con estas nuevas amigas, que también necesitan alimento; además, venimos a ti porque pensamos que te interesaría consultar con nosotros sobre la mejor manera de ayudar a estas mujeres a que comiencen una nueva vida. Ellas podrán con-tar su historia, pero yo supongo que han sufrido muchas penas, y su presencia misma en tu casa atestigua su profundo y sincero anhelo de conocer a gente buena, y cuán voluntariosamente desean la oportunidad de mostrarle a todo el mundo —hasta a los ángeles en el cielo— cuán nobles y valientes pueden llegar a ser».
“Cuando Marta, la esposa de Justo, hubo servido la comida en la mesa, Jesús, despidiéndose inesperadamente, dijo: «Como se hace tarde y el padre del joven está aguardándonos, rogamos nos disculpen mientras aquí juntas os dejamos —las tres mujeres— las amadas hijas del Altísimo. Yo oraré por vuestra orientación espiritual mientras hacéis planes para una vida nueva y mejor en la tierra y una vida eterna en el gran más allá».
“De este modo se despidieron Jesús y Ganid de las mujeres. Hasta este momento las dos cortesanas no habían dicho nada; mudo quedó también Ganid. Y también quedó Marta muda un instante, pero se recobró rápidamente, haciendo por estas extraños todo lo que Jesús había esperado que ella hiciera. La mayor de estas dos mujeres murió poco tiempo después, consolada por la esperanza de la vida eterna; la más joven consiguió trabajo en el negocio de Justo y más tarde se asoció de por vida a la primera iglesia cristiana de Corinto.” (1472.5) 133:3.6
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